El complejo de Eróstrato
En el año 356 a. C., el mismo en que nació Alejandro Magno, la ciudad de Éfeso (en la actual Turquía) acogió un hecho sobrecogedor: un pastor, de nombre Eróstrato, prendió fuego al templo de Artemisa, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. El templo, considerado uno de los más bellos por sus contemporáneos, quedó completamente destrozado.
Cuando las fuerzas del rey aqueménida Artajerjes interrogaron al pastor, confesó que lo había hecho con la única intención de pasar a la historia. Su deseo de trascender le había llevado a hacer algo terrible pero que le garantizase que su nombre fuera recordado.
Artajerjes, que no se andaba con chiquitas, decidió frustrar sus planes poniendo fin a su vida y determinando que su nombre fuera eliminado de cualquier testimonio escrito u oral. Sin embargo, la estrategia de Eróstrato fue mucho más efectiva de lo que estimaba el persa, y aunque fueron escasos los autores que se hicieron eco de esta historia, su nombre trascendió siglos y fronteras: pasó por las páginas de escritores romanos, se elevó a la cúspide de la literatura universal de la mano de Cervantes, recaló también en las obras de Víctor Hugo, las de Chéjov, Verne y Unamuno…
Al fin, Eróstrato consiguió lo que se había propuesto por terribles que fueran sus hechos y por duras que fueran las consecuencias para él. Tanto fue así, que algunos psicólogos hablan hoy en día del complejo de Eróstrato como ese trastorno por el cual una persona busca a toda costa ser el centro de atención y trascender.
Ejemplos de ello no nos faltan si echamos un vistazo al pasado, y el patrimonio ha sido una víctima tradicional de estos acomplejados: La Piedad de Miguel Ángel, La Venus del espejo de Velázquez, La Gioconda de Leonardo, La ronda de noche de Rembrandt o, más recientemente, a ese Picasso del Tate Museum.
Atentado contra una obra de Picasso en el Tate Musem. Fuente: El Español. |
Pero a veces quien siente lo que Eróstrato no se cobra una víctima inanimada, sino una vida humana, y de ello tampoco andamos escasos de ejemplos, y si no que se lo digan a John Lennon.
Pero si algo de verdad pone los pelos de punta es pensar que en mitad de una pandemia mundial, algún líder político o de opinión pudiera estar preso de este complejo. En los últimos días hemos visto declaraciones y fanfarronadas varias por parte de tertulianos y políticos de distinto signo que parecen más síntomas de quien pretende pasar a la historia como un Eróstrato del siglo XXI que de líderes realmente preocupados por las vidas de millones de personas.
Por desgracia, si algo nos enseña la historia de Eróstrato es que quien está dispuesto a todo con ese fin, efectivamente acabará siendo recordado. Y si algo nos enseña la Historia, la que se escribe con mayúsculas, es que serán aquellos que día a día se sacrifican por los demás sin mayor pretensión que hacer el bien los que desaparecerán de las crónicas y serán condenados a un anonimato eterno.
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