El descubrimiento del asesinato más antiguo del mundo

La semana pasada hablamos de los tatuajes de Ötzi, y esta semana se han cumplido 28 años de su descubrimiento y hemos pensado que se habla muy poco de los despropósitos que se dieron cita en torno a su hallazgo. Así que hoy hemos decidido reunirlos todos en este post.
Como todos sabemos, los grandes restos arqueológicos se han encontrado siempre de forma casual: que si se cae un burro por una zanja, que si se mete una niña en una cueva y enciende una luz, que si un fontanero al hacer un pozo... en este caso, los protagonistas del hallazgo fueron una pareja de excursionistas alemanes. Pues sí, unos domingueros llamados Erika y Helmut Simon que decidieron hacer una excursión por los Alpes a 3210 metros de altura (un domingo cualquiera para una pareja alemana).
Era el 19 de septiembre de 1991 y nuestros dos enamorados se hallaban por aquellas alturas descendiendo del pico Finail por una vía sin explorar, lo típico que también hacen dos domingueros alemanes (menos mal que no eran británicos, aunque habrían bajado antes). Y en esto que de repente se tropezaron con lo que parecía ser un muñeco, pero pronto se dieron cuenta de que se trataba de un cadáver emergiendo del hielo de la forma más terrorífica que pueda uno imaginar (véase la foto para más señas).


En un primer momento, tras el susto inicial (imaginamos), la pareja creyó que se trataba del cuerpo de un alpinista accidentado y, como corría el año 1991, los Simon no llevaban consigo un móvil para llamar a emergencias. En lugar de ello, acudieron al refugio más cercano, el de Similaun y desde allí llamaron a la policía austríaca e italiana. Y es que uno de los problemas de Ötzi, es que decidió morirse en la frontera entre los dos países. Pero ya tenía bastante el pobre como para preocuparse por eso.
El caso es que la policía trató de sacar al supuesto montañero congelado con una perforadora neumática, y no hizo falta mucho para darse cuenta de que no era una buena idea, pues le hicieron un agujeraco en la cadera izquierda y le rompieron parte de la ropa. Además, el esfuerzo era en vano, no había manera de sacarlo y tuvieron que suspender la operación a causa del mal tiempo. Así que la policía se retiró frustrada y fue el dueño del refugio, Markus Pirpamer, el que se encargó de proteger el cuerpo colocándole una sábana por encima (que después de 5.000 años congelado, se agradecía).
La protección de Pirpamer tampoco sirvió de nada, pues la noticia había corrido como la pólvora, y al día siguiente se personaron allí varios escaladores y senderistas con la intención de echar una mano a rescatar al buen hombre atrapado pero a base de golpes con palos de esquí y picahielos. El resultado fue que la mochila y otros enseres que acompañaban a Ötzi se hicieron pedazos que muchos de los curiosos se llevaron de recuerdo a sus casas.
Similaun es un sitio precioso. Como para quedarse a vivir 5.000 años.
El día 21 de septiembre apareció por allí el que faltaba, Reinhold Messner. Seguro que te suena su nombre, y especialmente si eres fan del alpinismo. Messner ha batido todos los récords habidos y por haber: fue la primera persona en escalar los 14 ochomiles sin oxígeno, el primero en subir el Everest sin oxígeno y en solitario, el primero en escalar la pared vertical más grande del mundo (vertiente Rupal), cruzó la Antártida sin ayuda... y luego se convirtió en eurodiputado (pero eso no tiene mérito).
El caso es que Messner, en compañía de su compañero Hans Kammerlander (que parece un nombre inventado, pero no lo es), se acercaron a ver al señor ese del que todo el mundo hablaba. Messner, que es un tipo avispado, al ver el cuerpo y las ropas de cuero y, sobre todo, al ver un dibujo que había hecho Pirpamer de un hacha que se había llevado la policía del lugar, dedujo que no se trataba de un alpinista, sino de un cadáver mucho más antiguo. «Un lince este Messner», estarás pensando. Pero efectivamente, en la historia del descubrimiento de Ötzi, el consagrado aventurero se convirtió en el primero que lo identificó como un hallazgo arqueológico.

—¿Tú crees que está muerto?
—No sé, tío. Dale con un palo a ver.

—Te digo yo a ti que esto es cosa de arqueólogos—, debió decir Reinhold Messner en algún momento. Pero nadie le hizo caso, y por allí no apareció ni uno. Todo el proceso se llevó a cabo sin que un solo arqueólogo echase un vistazo por allí.

Finalmente el cuerpo se pudo sacar el día 23 de septiembre pero, eso sí, con un forense vigilando que la extracción del pobre Ötzi se hiciese correctamente, no fuera a ser que le arrancasen más pedazos, y que se le metiese en una bolsa de cadáveres homologada. Una vez embolsado, se le llevó en helicóptero (quién se lo iba a decir a él) a Vent, en el valle que le da nombre (Ötztal, Austria). Lo metieron en un ataúd de madera y lo llevaron en coche fúnebre al Instituto de Medicina Forense de Innsbruck. Un espectáculo.


Junto al cadáver se extrajeron también fragmentos de cuero que correspondían a la ropa y una pequeña mochila, trozos de cuerda, heno, una daga y un arco. Al parecer Messner tenía razón: o ese hombre era mucho más antiguo de lo que habían creído en un principio o era una especie de George de la jungla.
Ante este panorama, al fin se animaron a llamar a un historiador: el día 24 de septiembre contactaron con Konrad Spindler, director del Instituto de la Prehistoria de Innsbruck, que nada más verlo, a ojo, le echó unos 4.000 años.

—Yo, con la habilidad para el baile que tiene, no me la jugaba. No le echo más de 4.000 años.
Hacía solo un día que habían sacado a la momia del hielo y ya había empezado a descomponerse, así que tuvieron que simular las condiciones en las que la habían encontrado metiéndolo en una especie de frigorífico para conservarlo.
Su hallazgo planteaba muchas incógnitas, y la primera era su propia conservación. En seguida se dieron cuenta de que la geografía había jugado un papel muy importante: el cuerpo se encontraba en un glaciar, pero en el interior de un barranco de 3 por 7 metros que lo habían protegido del movimiento del glaciar y de su poder destructivo.
Con toda probabilidad, cuando Ötzi murió, en aquel barranco no había hielo, este se había formado posteriormente, cubriendo su cuerpo y permitiendo su conservación hasta 1991. Por suerte o por desgracia, aquel verano había sido inusualmente cálido en los Alpes, y la capa de hielo que lo recubría se había deshecho lo suficiente como para que aquella pareja de escaladores aficionados fuera capaz de verlo.

Ötzi durante su Erasmus en Austria.
Resuelta esta primera incógnita, había que responder otras muchas preguntas, y para ello había que estudiar a fondo el cuerpo. El problema es que, como hemos dicho antes, Ötzi estaba en la frontera entre dos países. Y estarás pensando: «Ya sería casualidad que hubiera aparecido justo en la línea...». No, efectivamente no, pero ocurrió algo muy parecido.
Resulta que en aquel punto exacto ocurría algo extraño: aquella frontera de la parte sur del Tirol no estaba claramente definida por los acuerdos firmados entre los dos países en 1922. Por eso cuando la pareja encontró el cadáver, el dueño del refugio decidió llamar a la policía de uno y otro país, porque no tenía ni idea de a quién pertenecía eso: ¿Italia o Austria? Los informes indicaron que el punto concreto pertenecía a Italia, pero que como el cuerpo ya había sido trasladado a Innsbruck (Austria) para su estudio, en aras de su conservación, permanecería allí temporalmente hasta que se tomase una decisión sobre su destino.
Aclarado esto, el prehistoriador Konrad Spindler le dijo al forense «quita, que tú no sabes» (dramatización) y se puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue estudiar los útiles hallados junto al cuerpo, y objetos como el hacha rápidamente los fechó en la Edad del Bronce, en el 2.000 a. C. Pero algunas herramientas le parecían más antiguas, así que decidió someterlo todo a un análisis por carbono 14 en dos laboratorios distintos: Oxford y Zúrich.

Puntas de sílex que portaba Ötzi cuando murió.
El resultado de ambos laboratorios fue muy similar, y, efectivamente, se trataba de un hombre anterior a lo que el propio prehistoriador había estimado, de entre el 3.300 a. C. y el 3200 a. C.
En realidad hasta ese momento nadie había bautizado al hombre, fue precisamente a partir de la publicación de estos estudios cuando los periodistas empezaron a escribir artículos sobre el cuerpo hallado en Örtztal y un redactor austríaco lo bautizó como Ötzi.
Cuando se encuentran restos de una persona de la antigüedad de Ötzi y, sobre todo, tan singulares por los útiles que llevaba consigo, lo bien conservado que estaba y demás factores, se ponen en marcha estudios de muy diversa naturaleza: traceológicos (estudio de las huellas de uso en los útiles), antropológicos, paleopatológicos (para comprender las enfermedades que pudo tener a través del estudio de su propio cuerpo), paleobotánicos (para estudiar las especies vegetales en su ropa, por ejemplo), y un larguísimo etcétera.
El caso es que todos esos estudios se llevaron a cabo, y pronto se dieron cuenta de que se trataba, con toda probabilidad, de un pastor neolítico. Pero la sorpresa la revelaron las radiografías que se le hicieron en el tórax.
Aquellas radiografías mostraron cuatro costillas rotas sin curar, es decir, que se habían roto poco antes de la muerte, o incluso habían sido la causa de esta. Pero cuando ya empezaban a ver la luz, Ötzi se enfrentó a un peligro mayor que el que le puediera haber causado aquellas heridas: la burocracia. Ya se había decidido su destino, y se dio la orden de trasladarlo a Italia, pues era allí donde había sido hallado.
Pensarás que siendo Italia, Ötzi ganó en buen tiempo y gastronomía, pero salió perdiendo en cuanto a los estudios a los que se le podía someter. Pero nada más lejos de la realidad, a partir de entonces hizo el relevo en las investigaciones a Spindler el equipo del Museo de Arqueología del Sudtirol, en la provincia autónoma de Bolzano. Comenzaron entonces unos estudios más lentos pero mucho más minuciosos y con mejores tecnologías (quién lo iba a decir tratándose de Italia). Y en 2001 el radiólogo Paul Gostner hizo públicos los resultados de unas tomografías con algo que Spindler había pasado por alto: Ötzi tenía una punta de flecha en el omoplato izquierdo. Ötzi había sido asesinado.
Y no solo había sido asesinado, sino que además lo había sido cobardemente, desde la distancia y por la espalda, según habían concluido los investigadores (aunque lo de cobardemente es un añadido nuestro).
Pero es que además los miembros del CSI arqueológico son tan buenos, que fueron capaces de determinar incluso que, por una acumulación de sangre en el encéfalo, una vez en el suelo, Ötzi había recibido un nuevo golpe en la cabeza. Suponemos que para asegurarse el malnacido del asesino que nuestro protagonista había muerto. Aunque todo parece indicar que finalmente murió desangrado. Es que nuestro Ötzi era duro de roer.
En cualquier caso, de forma directa o indirecta, nuestro amigo había sido asesinado, y su hallazgo suponía el asesinato sin resolver más antiguo del que se tenga constancia.

Fotografía tomada a Ötzi recientemente donde se le ve claramente tomando el sol en Bolzano.
En la actualidad Ötzi continúa en el Museo Arqueológico del Sudtirol a la espera de que alguien dé con sus asesinos y se haga al fin justicia. Mientras tanto, el estudio de su cuerpo y los útiles que lo acompañaban siguen dándonos muchísima información acerca de la dieta, la tecnología, el ambiente y demás aspectos del tiempo en que vivió. Así que quedamos en deuda con él y, en cierta medida, con su asesino.

  • Web oficial del South Tyrol Museum of Archaeology.
  • Mayans, Carme (2018). "Ötzi, el hombre de hielo rescatado en las cumbres alpinas". National Geographic.
  • Kutschera, Walter; Werner, Rom (2000). "Ötzi, the prehistoric Iceman". Nuclear Instruments and Methods in Physics Research B.


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