¿De qué color era la vida antes del siglo XIX?

Tras la entrada en la que hablábamos sobre la limitación de colores impuesta por el Parlamento inglés en 1363, volvemos con más colores. Sirva esta entrada como homenaje al libro Las vidas secretas del color, de la estudiosa de la moda Kassia St. Claire.

Hoy en día podemos tirar de cualquier rincón del Pantone para vestirnos, podemos pintar las paredes de la casa de lila y decir «bienvenidos a mi humilde morada», pero esto no siempre ha sido así.

ELIGE UNO (no apto para gentes sencillas)
La revolución industrial trajo cosas tangibles y visibles como trenes, metalurgia y heavy metal en general, pero una revolución más silenciosa (y base del resto de procesos de la revolución industrial) fue igual de importante: la química.
Desde el ácido sulfúrico hasta el carbonato de sodio, el desarrollo de nuevas técnicas y mejoras tecnológicas permitió producir cantidades masivas de estos productos, lo que a su vez sirvió de base para la expansión y mejora del resto de industrias: metalúrgica, del vapor, ferroviaria, textil... Y del color
Se crearon colores nuevos, como el amarillo de cromo o el blanco óxido de zinc, y, sobre todo, se comenzaron a producir muchos otros ya existentes (o algunos muy similares a estos) a una escala nunca vista. Estos, además, eran más resistentes y se malograban menos con el tiempo. Los precios se abarataron mucho, y los colores se expandieron. De hecho, no es casualidad que esto coincida con la aparición del impresionismo y movimientos que utilizaban el color a troche y moche, ya que precisamente es uno de los motivos por los que aparece.
El Cristo amarillo, Paul Gauguin (1889)

El dormitorio en Arlés, Vincent van Gogh (1888)
Así que hoy en día tu pelo puede ser rosa palo, la carcasa de tu móvil dorada y la ciudad en la que vives gris asfalto y, si hay elecciones, acera del color que toque.
Pero antes... ¿qué había? ¿De qué color era la vida? ¿De qué color era la historia?
La respuesta es complejísima, pero un buen resumen podría ser: depende del lugar en el que nazcas, de la posición socioeconómica de tu familia y del dinero que tengas. Dicho eso, vamos a lanzar algunas pistas para darnos cuenta de cómo los colores condicionaban (y condicionan) la vida y la historia.
Bueno, vayamos paso a paso. Empecemos por... el principio.


El color en los albores de la humanidad

Por lo que sabemos, el primer uso del color de manera intencionada fue en las pinturas rupestres que se han encontrado a lo largo del mundo. Esas pinturas se nutrieron de pigmentos de colores que neandertales y sapiens tenían a mano: rojos, negros, marrones y blancos. Esos serían los colores que destacarían en primer lugar.

Pintura rupestre en Tassili n'Ajjer, Argelia, 12000 años.
Pinturas rupestres en Sierra de Lindosa, Colombia. 20000 años.


Obtenían colores de la naturaleza, principalmente de óxidos minerales, como el caso del blanco (óxido de calcio), rojo (óxido de hierro, como la hematita), marrón (óxido de manganeso) o el negro (carbón vegetal).


Detalle de una cílica (kylix) griega, 510 a. C.
Entre el sexto y cuarto milenio a. C. comenzarían a teñir ropajes, ¿adivinas cuál es el color predominante? El rojo. Predomina hasta época romana, así que no es poca cosa. De hecho, tanto en Grecia como en Roma los colores favoritos a la hora de teñir y decorar eran los rojos, negros y blancos.

Entre todo este maremágmun cromático destacan las ausencias, colores que hoy en día nos parecen básicos, que no nos cabe en la cabeza que no sean parte de nuestro día a día, no aparecen. Dos de ellos son el azul y el verde. Hay una explicación para la falta de azul, y es que su obtención de la naturaleza es complicada, sin embargo, eso no ocurre con el verde, que se encuentra ausente incluso cuando se representa la naturaleza.


Fresco de la Villa de los Misterios (Pompeya), siglo I a. C.

Espacio y tiempo: los condicionantes de la paleta de color

A lo largo de la historia, la concepción que se ha tenido de los colores ha cambiado. Al cambiar esta, también cambiaba la importancia que se les ha dado a cada uno de ellos. Eso es lo que explica la prevalencia de unos u otros colores según el lugar y el momento en el que nos encontremos. 

Pero es que si nos vamos a la base, a cómo se entendían los colores, también encontramos cambios. Desde la Grecia antigua y hasta la Edad Moderna, el color era una progresión del blanco al negro, entre los cuales se encontraban los demás. Pero en el siglo XVII Isaac Newton rompió ese esquema: los colores no son un espectro que va de luz a oscuridad, sino que se complementan. Nacían los  famosos colores complementarios.

Por eso (y por otros factores como las posibilidades de producción), en ciertos momentos de la historia había colores desaparecidos. Si le preguntásemos a un griego, no nos diría que la vida era azul, ni siquiera que el cielo era azul, pues el azul no existía. ¿Cómo? ¿Qué?



El asunto no es precisamente sencillo, pero atención: en el griego de época homérica, el chino antiguo, hindú de los Vedas y algunos otros... no aparece la palabra azul, y cuando se habla del cielo o el mar se les conceden colores como verde o púrpura. De todas formas, vamos a echar balones fuera y a citar un post del tristemente fallecido Pepe Cervera en el que lo explica mejor que nosotros: La invención del azul.

Mientras los rojizos destacaban, el azul estaba proscrito. Para el químico Philip Ball, «hay muchos motivos para suponer que los pintores griegos dispusieron de la mayoría de los pigmentos, sino de todos, que conocían los egipcios». Sin embargo, autores como Plinio el Viejo o Cicerón insistían en que los pintores de la Grecia clásica (y los buenos pintores romanos) utilizaban cuatro colores: negro, blanco, rojo y amarillo. Citan la obra de Apeles, Aeción, Nicómaco, Melancio, Ceuxis, Timantes y Polignoto. Esa restricción tenía un porqué: la idea de los cuatro elementos de Empédocles sumada a la necesidad de controlar el color (a más colores, más complicado lograr una armonía).

No acaba ahí el ataque al color azul, ya que Plinio aseguraba que las mujeres de los bretones se pintaban de azul para participar en orgías rituales, siendo un color a evitar, asociado a la barbarie, al luto, la desgracia y, en el caso del hombre, al afeminamiento. La idea que hoy mucha gente tiene del rosa, vaya.

Sin embargo, sí destacó el azul en Egipto e India desde bien pronto.

El comercio del lapislázuli sigue vigente (Fuente: La Vanguardia)

El uso del famoso lapislázuli para obtener el pigmento del azul ultramar viene de antiguo. Casi todo se exportaba desde la actual Afganistán y fue muy importante posteriormente en el comercio de la Ruta de la Seda, ya que los pintores renacentistas se morían por este color, y se pagaban auténticas barbaridades. Los egipcios, además, tenían el pigmento azul egipcio (hecho con caliza, un mineral con cobre y arena), y poco reparo a la hora de usarlo, al contrario de lo que les ocurría a sus compis del otro lado del Mediterráneo. Para ellos, el color azul era el del cielo, el del río Nilo, la creación y la divinidad, asociaciones más agradables que las que hace Plinio.

Este color estuvo marginado en Europa hasta el siglo XIII. La tendencia comenzó a cambiar con la reconstrucción de la abadía de Saint-Denis en París, alrededor de 1140, donde se utilizó el cobalto para sus famosas vidrieras, que luego serían replicadas por Europa. También en esa época empezó a vestirse a la Virgen con un manto azul. Hasta entonces iba con ropas oscuras por el luto de su hijo. Y precisamente como homenaje a la Virgen, en el siglo XII la familia real francesa cambió su escudo de armas por uno con una flor de lis dorada sobre un campo de azur, y otros siguieron sus pasos, ya que mientras que en 1200 solo el 5% de los escudos de armas europeos contenía ese color, en 1400 eran casi el 33%, como señala St. Clair.


Por si pensabas que el azul cerúleo no va contigo.

Tras alcanzar la fama, otros tipos de azules se abrirían paso. En primer lugar, porque azules como el añil o el índigo eran más baratos que el azul ultramarino, y en segundo lugar, porque ese color no solía aparecer en las prohibiciones de las distintas leyes suntuarias, así que podía vestirse con libertad. El añil es una variedad que se popularizó mucho, y quienes lo producían se hicieron inmensamente ricos, tanto, que cuando el rey francés Francisco I fue capturado tras la batalla de Pavía por las tropas de Carlos I, se dice que un comerciante de añil de Toulouse pagó el rescate. Por su parte, pese a las reticencias iniciales, el índigo daría un paso al frente y, sirva como ejemplo, la Grande Armée de Napoleón llegaría a consumir unas 150 toneladas al año.

Si el azul tuvo su propia campaña de difamación, el naranja la tuvo de promoción. La adopción de ese color como marca personal de la Casa de Orange hizo que se asociara con los Países Bajos, donde gobernaba esa familia, y posteriormente con los protestantes. 


Guillermo III de Inglaterra, también estatúder de Países Bajos, de la casa de Orange,
vestido de naranja. (retrato de Thomas Murray)

Bandera de Irlanda. El naranja representa a los protestantes, el verde a los católicos, y el blanco a la paz que reina entre ellos.

Es conocido el caso de la zanahoria, que antes del siglo XVI era mayormente de color violeta, y los agricultores holandeses consiguieron desarrollar la variedad naranja que hoy conocemos.

Y es que el lugar y el momento en el que nos encontramos condiciona el significado de los colores y, por tanto, su profusión. Para los protestantes, la paleta de colores debía estar dominada por el negro y el blanco, signo de humildad y simpleza intelectual. Encalaron las pinturas exuberantes de santos e iconos asociados al catolicismo. En China, el blanco significaba muerte y luto, y sin embargo en Japón se relacionaba con la pureza. 


El verde es un color importante en el mundo musulmán, ya que se supone que era el color favorito de Mahoma, es por eso que se encuentra en las banderas de Yibuti, Malí, Mauritania, Libia, Bangladesh, Irán, Níger, Pakistán, Arabia Saudí y Argelia, todos de mayoría musulmana. Sin embargo, en el mundo grecorromano y posterior existía aversión a la mezcla de colores; el verde estaba proscrito. El asunto llega incluso a la Francia de 1566, donde según el alemán Henri Estienne, «si alguien viera a un hombre de alcurnia vestido de verde, pensaría que se le ha ido ligeramente la cabeza». Lo escribió tras un viaje a Frankfurt, donde parece que el verde había dejado de ser exclusivo de los campesinos; además, Estienne era un estudioso protestante, y para él el verde (como el rojo) era un color a evitar en favor de colores más sobrios como el negro o blanco. 


Disney otorga a muchos de sus villanos el color verde
El mismo negro ha estado conectado a la muerte y al luto, pero en Egipto era fertilidad por ser el limo del Nilo de ese color. Precisamente por las leyes suntuarias que reservaban colores a las élites, muchos comerciantes de amplio bolsillo optaban por el color negro para vestir. También era un color popular en Egipto para maquillarse; todo el mundo, desde campesinos al faraón, se pintaba la raya del ojo de negro.
Isabel I de Inglaterra.

Y del negro pasamos al blanco, también dentro del campo del maquillaje. En Grecia se utilizaba como cosmético para palidecer la piel, lo mismo que en China, algo que encontramos a lo largo de la historia, como en la corte de Isabel I de Inglaterra. Las cortesanas pintaban venas azules sobre una capa base pálida.

El amarillo también fue utilizado para distinción social, en el caso de Grecia para prostitutas de alto nivel, que teñían su pelo de amarillo; en Roma también lo aclararían o utilizarían pelucas. En general, se recomendaba a las mujeres casadas y consideradas decentes vestir recatadamente para «resultar atractiva a su marido, pero no al vecino» y a no usar carmín ni albayalde como maquillaje facial, que serían típicos de prostitutas. El amarillo será importante cuando hablemos de China un poco más abajo, pero por lo pronto dejamos un dato de interés: en China el amarillo era color de la tierra, y no el marrón.

Como vemos, la consideración sobre el color ha cambiado a lo largo de la historia, tanto que hoy en día, por mucho dinero que se tenga, a casi nadie se le ocurriría decorar las paredes de su casa como en la Villa de los Misterios que hemos visto más arriba. Parece que han triunfado los herederos del encalado más simple y, sobre todo, sus hijos bastardos gotelescos.


Los colores de la élite

Como vimos en la entrada sobre la norma inglesa de 1363, las leyes suntuarias han limitado qué colores podían vestir las personas según su lugar en la escala social. Estas leyes han existido en momentos y lugares como la Grecia y Roma antiguas, China, Japón o la Inglaterra medieval, y se vieron motivadas por motivos dispares, aunque siempre con una meta muy clara: reforzar las barreras sociales.

En China, por ejemplo, una ley de la dinastía Tang (618-906) prohibía a «la gente común y los oficiales» llevar «ropas o accesorios de color amarillo rojizo» y los palacios reales se distinguían por sus tejados amarillos. 

Los tejados amarillos de la Ciudad Prohibida, en Pekín. Las tejas de las casas normales solían ser grises, como las que se ven fuera de la muralla, en la imagen.

El conocido como amarillo imperial se convirtió en color restringido, solo disponible para la realeza. De hecho, la emperatriz regente Cixi de la dinastía Qing (reinó desde 1861 hasta 1908) era famosa por presentarse cubierta de trajes amarillos. 

El amarillo perdió su posición privilegiada con la caída de la familia imperial tras la revolución de 1911, pero no había sido el único color asociado a una monarquía.

Quizá te suene la frase «nacido en la púrpura», que tiene relación con este asunto de monarcas y colores. La frase es la traducción de «Porfirogéneta», palabra griega utilizada para designar al heredero del imperio bizantino, que debía nacer en la Porphyra, una sala del Gran Palacio de Constantinopla cubierta de pórfido púrpura.

¿De dónde venía la importancia del color púrpura? De su escasez. Las tinturas de púrpura comenzaron en Tiro (actual Líbano) en el siglo XV a. C.; se fabricaba con las mucosidades de un molusco, y hacían falta miles de ellos para conseguir un litro. En el siglo IV a. C. costaba tanto como la plata, y precisamente fue su valor lo que la convirtió en un color exclusivo. Julio César ya «prohibió el uso de literas, de la púrpura y las perlas, exceptuando a ciertas personas, ciertas edades y en determinadas circunstancias» (Suetonio, Vidas, 43.1), y consiguió permiso del Senado para vestir toga púrpura permanentemente, lo que indignó al sector más reaccionario. En adelante el Estado intentaría controlar el comercio de púrpura hasta que el emperador Alejandro Severo (222-235 d. C.) «dio el paso decisivo para que los tintes [de púrpura] de mayor calidad pasaran a ser propiedad y monopolio del emperador de forma concluyente. Fue privilegio imperial y de uso exclusivo para altos funcionarios y grados militares, siguiendo el antiguo concepto oriental» (Fernández Uriel). Curiosamente, en Japón también era un color apreciado y fue un color prohibido a gente corriente.

Bajo el califato abasí (750-1258), las clases altas tenían la exclusividad de vestir ropajes negros (que decoraban con detalles verdes), y durante el periodo mameluco los cristianos tenían que vestir de azul, los judíos de amarillo y los samaritanos de rojo.
Retrato de Inocencio X, de Diego Velázquez, 1650.

Pero todavía quedan colores que tratar en este carrusel pigmentado.

El escarlata era un color de los caros, de los que les gustaba a los reyes. Se supone que Carlomagno llevó zapatos escarlata a su coronación, así que le siguió Ricardo II de Inglaterra.

Según John Gage, en la Castilla del siglo XIII su uso quedaba restringido a los reyes, y en 1464 el papa Pablo II cambiaría la vestimenta de sus cardenales de púrpura, el color de la élite por antonomasia, a escarlata. Su uso se restringía en Italia a grupos muy concretos, y se prohibía su uso a mujeres, sobre todo casadas.


Pero ¿por qué ese cambio de púrpura a escarlata después de tanto tiempo?

Porque la historia del color es también una historia de explotación desmesurada de pequeños animales: cochinillas y moluscos. Para el siglo XV, los moluscos de los que se extraía la púrpura de Tiro se habían extinguido prácticamente, así que había que seguir otro camino. Si hasta entonces le había caído la cruz a los moluscos, ahora le caería (literalmente) a las cochinillas americanas. Estos insectos se usaban en Sudamérica desde al menos el siglo II a. C. para tintar, y los soberanos solían asegurarse un flujo constante de esas criaturas. Hay que tener en cuenta que para conseguir unos 450 gramos del pigmento hacían falta 700.000 cochinillas. Con la llegada de los castellanos, el comercio de bichos se convirtió en uno de los pilares prioritarios, y para 1587 se enviaban unas setenta toneladas de cochinillas que servían para financiar, junto con el oro y la plata, los gastos de la Corona.

Explotación animal... y humana. Muchos colores eran producidos por esclavos o trabajadores en condiciones pésimas, a lo que hay que sumar un pequeño detalle que no hemos señalado hasta ahora: muchos de esos colores, como el blanco albayade, eran fabricados con materiales tóxicos como el plomo o el arsénico. Eso provocaba que las personas que pasaban mucho tiempo expuestas vieran su salud seriamente perjudicada. 

La revolución química de los siglos XVIII, XIX y XX vendría a cambiar todo el panorama de prohibiciones, exclusividades y colores extremadamente caros. Esta revolución silenciosa cambiaría para siempre nuestro entorno, y se produciría una penetración del color como no se había visto hasta el momento. Muchas barreras sociales cromáticas caerían, y, pese a ese nuevo mundo de posibilidades, tonterías sociales como la asignación de cualidades masculinas o femeninas a los colores aparecerían para joder la marrana.

Bibliografía:
  • Balfour-Paul, Jenny (1997). Indigo in the Arab World. Richmond. Curzon.
  • Ball, Philip. La invención del color
  • Fernández Uriel, Pilar (2010). Púrpura. Del mercado al poder. UNED.
  • Gage, John (1999). Color and Meaning: Art, Science, and Symbolism. University of California.
  • Knapp, Robert C. (2011). Los olvidados de Roma. Ariel.
  • Múzquiz Pérez-Seoane, Matilde. Análisis del proceso artístico del arte rupestre.
  • Pastoureau, Michel. Green: The history of a color.
  • Phipps, Elena (2010). Cochineal red: The art history of a color. The Metropolitan Museum of Art.
  • MacLaury, Robert E., Paramei, Galina V., Dedrick, Don (eds.) (2007). Anthropology of Color: Interdisciplinary Multilevel Modeling. John Benjamins Publishing.

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