¿Existía la corrupción en el Paleolítico?

Esta entrada está dedicada al antropólogo y divulgador Pablo Herreros Ubalde, que nos dejó el pasado 22 de diciembre de 2018.


Pronto se cumplen tres años desde que organizamos el ciclo Corrupción e Historia en la Universidad de Murcia. Allí estuvimos hablando sobre cómo se ha manifestado el fenómeno de la corrupción en distintas etapas desde la Antigüedad hasta la actualidad. Sin embargo, no hicimos mención alguna a la Prehistoria y hoy hemos decidido plantearnos una pregunta: ¿existe la corrupción desde los orígenes del hombre?
Muchas personas, en especial algunos políticos interesados en que así sea, dicen que el ser humano es corrupto por naturaleza (como si esto restase inmoralidad a determinados actos). No pretendemos aquí lanzarnos a una disertación filosófica al respecto de la naturaleza del hombre, no acudiremos a Hobbes ni a Rousseau, sino que pretendemos comprobar tales afirmaciones desde un punto de vista histórico.
Sin embargo, para comprobar tal declaración desde esta perspectiva conviene trasladarse a la Prehistoria. Pero ese período presenta dos grandes problemas en este sentido: primero y más evidente, que no existen documentos escritos que nos faciliten el trabajo, y segundo, que la principal fuente de información, la arqueológica, no nos puede aportar, en principio, información en este aspecto concreto.
Entonces, ¿cómo se pueden investigar este y otros fenómenos abstractos aplicados al ser humano? Pues por medio de ciencias afines: la antropología, la psicología, la sociología, la biología, etc. En este caso concreto interesa especialmente que nos miremos al espejo como especie, y para ello tenemos el privilegio de coexistir con parientes cercanos: los grandes simios. Así que recurramos a lo que nos plantean las investigaciones de los primatólogos y antropólogos.



Según los expertos, el engaño, el fraude y la mentira forman parte del día a día de los primates. Así lo han demostrado científicos como Tetsuro Matsuzawa o Laurie Santos a través de distintos experimentos con gorilas, macacos y chimpancés. A menudo esos engaños derivan en comportamientos que creemos más sofisticados como robos y estafas.
Podríamos pensar que la diferencia se encuentra en el nivel de conciencia del resto de primates y nosotros, en la intencionalidad. Sin embargo, nos dice Pablo Herreros que el resto de primates son perfectamente capaces de distinguir un accidente, de un pequeño engaño o un robo en toda regla. Como bromea el propio autor, se puede demostrar que por ejemplo los chimpancés son capaces de distinguir entre «donaciones al partido» y «donaciones legales». Un chimpancé habría cazado al vuelo a Bárcenas, Rato y cualquier otro que se le hubiera puesto por delante.


Si tienes curiosidad te recomendamos vídeos como este de Laurie Santos
acerca de la economía y los engaños de los primates.

Así, por ejemplo, distintas especies de primates han ideado estrategias para evitar al fisco: cuando un macho dominante se encuentra cerca de otros individuos, estos nunca muestran el total de sus alimentos por miedo a que este reclame su parte. Han ideado estrategias para ocultar parte de su botín e incluso desviar la atención del macho. Y ríete tú de las cuentas en Panamá y de los fontaneros que no te cobran el IVA.
Igualmente, los chimpancés también conocen estrategias fraudulentas como el tráfico de influencias. Cuando un miembro de un grupo pretende obtener algo de otro miembro y no lo consigue, recurre a amistades en los círculos de poder para que estos le consigan lo que quiere presionando al otro miembro.
Ahora bien, que estas actitudes existan en todas estas especies no quiere decir que exista una tendencia natural a hacer el mal. A menudo, el engaño y la mentira son estrategias de supervivencia o sencillamente respuestas a situaciones, ya que muchas veces es la propia comunidad la que empuja a hacer determinadas cosas. Y es que aunque creamos que los humanos somos los únicos capaces de distinguir una situación justa de una injusta, lo cierto es que todas estas especies de primates también lo son.



Para ilustrar a lo que nos referimos, tenemos que hablar del caso de Belle, una chimpancé que formó parte de un experimento del psicólogo Emil Menzel: cada mañana, cuando los cuidadores llevaban la comida al recinto de los chimpancés, Belle era la única que tenía permitido ver dónde ocultaban la comida. Cuando se abrían las compuertas para dejar salir al resto de chimpancés, Belle guiaba a sus compañeros hasta el lugar donde se encontraba la comida. Sin embargo, a los pocos días otro chimpancé, Rock, comenzó a negarse a compartir su comida con el resto. Como venganza, Belle se negó sistemáticamente a guiar a sus compañeros. Ante esta situación, Rock respondió haciéndose el loco cada mañana, como si no estuviera interesado en la comida, o se escondía entre los arbustos, y cuando Belle descubría la comida, Rock aparecía corriendo.



Con todo, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que el Paleolítico no debió ser un período ajeno a estas actitudes del ser humano, sino que con toda probabilidad existieron también acciones corruptas, y que el ser humano era ya completamente capaz de identificar estas acciones como injustas, tal y como ha demostrado en distintos experimentos el psicólogo Frans de Waal.
Cuando la primatóloga inglesa Jane Goodall comenzó a descubrir estos comportamientos, se maravilló de lo inteligentes que podían ser el resto de primates, pero pronto su asombro dio paso a una profunda depresión, pues se volvió tremendamente pesimista al creer que esto demuestra una tendencia natural a la injusticia.



Pero nosotros preferimos quedarnos con el punto de vista de Pablo Herreros, que en su libro Yo, mono, afirma que «aunque existen muchos mentirosos entre los humanos, éstos son menos en número que los honrados. En la evolución de nuestra especie ha primado la sinceridad. De no ser así, hoy en día no estaríamos viviendo en sociedades tan numerosas basadas en la colaboración».
Por desgracia, siempre ha habido Luises Bárcenas, Rodrigos Rato y Marios Conde, y los seguirá habiendo, pues efectivamente el engaño y la corrupción han estado presentes en nuestra especie desde sus orígenes. Sin embargo, esto no debe servir para justificar ninguna actitud o acción. Pero tampoco debe llevarnos, como a Goodall, a un estado de pesimismo y depresión, pues, de nuevo en palabras de Herreros, «los humanos somos agresivos y egoístas, pero también generosos, y nos preocupamos por el bienestar de los que nos rodean. Llevamos a cabo los actos más bellos y altruístas, pero al mismo tiempo los más detestables y destructivos. Por esta razón, De Waal nos califica precisamente de ‘monos bipolares’».

Dedicado al presentador de televisión, divulgador, escritor, antropólogo y primatólogo Pablo Herreros Ubalde:


  • Herreros Ubalde, Pablo (2014). Yo, mono. Destino.
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