Salón Kitty: el burdel del Reich sin secretos
En un régimen tan rígido como el de la Alemania nazi, el control total de la población era clave para garantizar la sostenibilidad del sistema, pero ¿quién controlaba a los controladores? ¿Cómo podían las autoridades nazis estar seguras de que entre sus propios miembros no había traidores y bocazas? Para eso Walter Schellenberg y Reinhard Heydrich, de las SS y los servicios de inteligencia nazis, dieron con la solución: un burdel.
Durante la década de los treinta la Pensión Schmidt (luego, Salón Kitty), regentada por Kitty Schmidt, era el burdel más popular de la ciudad de Berlín. Por él pasaban los más afamados políticos, militares y demás personalidades. Con la llegada de Hitler al poder, lejos de registrar pérdidas, el prostíbulo aumentó sus ingresos y creció su fama, circunstancia que su propietaria aprovechó para ayudar a ciudadanos judíos a escapar del país, y a transferir dinero al extranjero. Pronto los servicios de inteligencia se dieron cuenta de esto, y, en lugar de tomar medidas legales contra Kitty, que además había intentado huir del país, Schellenberg y Heydrich le propusieron un trato: el régimen se haría cargo del burdel para obtener información. Kitty no pudo negarse, de lo contrario habría sido condenada.
Así fue cómo las autoridades nazis llegaron a regentar su propio burdel. Inmediatamente empezaron a introducir algunos cambios: expulsaron a las prostitutas polacas y comenzaron a hacer redadas por los barrios de Berlín en busca de prostitutas alemanas afines al régimen. Las chicas fueron escrupulosamente seleccionadas, prefiriendo las políglotas, de un elevado atractivo, y fueron entrenadas para extraer información a los clientes. Después de cada encuentro sexual, las mujeres debían rellenar un formulario e indicar las informaciones que habían extraído, y además se instalaron micrófonos y equipos de grabación en determinados lugares del local.
La teoría de Heydrich era que "es más fácil interrogar a un hombre en posición horizontal que en posición vertical." Pero... ¿funcionó?
Pues lo cierto es que sí. Al parecer, los hombres se sentían realmente cómodos entre aquellas bellas mujeres, y eso les soltaba la lengua (para hablar, decimos).
Resulta realmente curioso conocer el catálogo de personajes que cruzaron las puertas del Salón Kitty: extranjeros como nuestro ministro de Asuntos Exteriores Ramón Serrano Suñer, el Cuñadísimo y creador de la ONCE, o el ministro de Asuntos Exteriores italiano, Galeazzo Ciano, yernísimo de Mussolini, a quien no le gustaba nada Hitler ni su política, según hizo saber a una de las prostitutas. Pero, como decíamos antes, la prioridad no eran los extranjeros, sino los propios alemanes, llegando incluso a espiar al ministro Joseph Goebbels, incluso el propio Heydrich era un usuario habitual de local, pero de esas citas no existen registros, pues ya se encargaba él personalmente de apagar todos los micrófonos y cámaras.
El caso más curioso probablemente lo encarne el general de las SS Joseph Sepp Dietrich, de quien las autoridades tenían serias sospechas y por tanto hicieron un seguimiento exhaustivo. Una noche Dietrich contrató a las veinte chicas que trabajaban en el local para él solo. La orgía duró toda la noche, y el resultado fue una grabación de horas y horas de duración sin una sola palabra, sino, suponemos, más de un gemido. Quizás Dietrich sabía lo que se cocía dentro del burdel, y tan solo quiso darse un gusto ridiculizando a sus perseguidores.
Quien sí que se dio cuenta de la trama fue Roger Wilson, un agente secreto británico que, bajo la identidad de un secretario de prensa rumano, visitó el burdel en varias ocasiones, pero en su caso fue para desviar algunos cables a un apartamento cercano y enviar información a Londres. Además logró la colaboración de una de las prostitutas para tal propósito. Sin embargo, Wilson fue descubierto y enviado a un campo de concentración.
Desde luego, lo que las paredes del Salón Kitty pueden contar da para una película, pero ya la hizo, sin mucha suerte, Tinto Brass en 1975. Pero quizás lo más interesante de esta historia sea el tipo de personas que acudían a desfogarse y dar rienda suelta a su lengua y a sus mayores fantasías y perversiones: todos hombres rectos, de ideas conservadoras, defensores de valores como la familia, la religión, la ética... y es que ya lo dice el dicho: "dime de qué alardeas, y te diré de qué careces".
El Salón Kitty fue devuelto en 1943 a su creadora, puesto que la guerra hizo poco rentable su mantenimiento, pero si viajas hoy a Berlín, no te molestes en buscarlo, en la actualidad es un local en el que se dan clases de guitarra. Eso sí, si te interesa aprender unos cuantos acordes y punteos, el Salón Kitty te espera en la Giesebrecht Straße, 11.
HERNÁNDEZ, J. (2008): 100 historias secretas de la Segunda Guerra Mundial, ed. Roca Editorial de Libros, S. L., Barcelona.
FONT, C. (2013): "'Salón Kitty', el burdel dirigido por la SS", en suite101.net.
Esta entrada forma parte del especial Segunda Guerra Mundial. Más información aquí.
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