El Hombre de Piltdown: el fraudulento Brexit evolutivo

A veces no somos conscientes de hasta dónde pueden llegar a deformar la realidad e incluso el conocimiento científico ideas como el nacionalismo y prejuicios como el racismo. Esta es la historia de cómo los británicos trataron de marcarse un Brexit evolutivo con un auténtico fraude científico.



Nos trasladamos a principios del siglo XX. Por aquel entonces la teoría de la evolución de Darwin ya estaba bastante asumida, y todos los países competían por apuntarse el tanto del hallazgo del fósil más antiguo en su propio territorio. Fósil homínido, está claro. Porque encontrar el homínido más antiguo suponía (en las calenturientas mentes de algunos) que tu país era más antiguo y mejor que los demás.
Francia y España presumían de los hallazgos de impresionantes obras de arte paleolíticas como Lascaux y Altamira. Alemania, por su parte, tenía especies propias como el neandertal (que pronto aparecería también en la península Ibérica y Bélgica) o el heidelbergensis. Más lejos, en Pekín, se habían hallado los restos de un posible eslabón perdido, como también había ocurrido en Java. Pero ¿qué tenía Gran Bretaña, madre patria del gran Imperio británico? Pues nada. No tenían nada. Bueno, encontraron neandertales en Gibraltar, pero en las islas nada de nada. Aquello era una gran afrenta a su orgullo.


Homo erectus pekinensis
Había que encontrar algo, y había que hacerlo pronto. Y si además ese algo era el famoso eslabón perdido, pues tanto mejor. Encontrar el eslabón perdido significaba no solo que tu pueblo era más antiguo y mejor, sino que era el que vio nacer al ser humano distanciándose del resto de primates.
Y lo encontraron. Vaya que si lo encontraron. En 1908, en una cantera de la localidad de Piltdown (Sussex, Inglaterra), varios operarios se toparon con algunos restos arqueológicos. Ante el hallazgo, decidieron contactar con Charles Dawson, un hombre que no era arqueólogo (aunque la Wikipedia diga que sí) pero que había ganado cierto prestigio en este campo.
Dawson acudió a la llamada y se dejó caer por la cantera para echar un vistazo a las piezas halladas. Encontró algunos huesos, útiles de sílex y demás elementos que compartían algo en común: todos estaban completamente descontextualizados. Estaban entremezclados en la escombrera, y esto no es algo anecdótico, sino vital para un buen estudio y para entender lo que ocurrió a continuación.
La historia a partir de este momento se vuelve un tanto compleja, pero simplificaremos: dos de los hallazgos eran los restos de un cráneo y una mandíbula. Repetimos por si no ha quedado claro: dos piezas. Una por un lado y otra por otro. Descontextualizadas. Dos. ¿Ves por dónde vamos?


Los restos del Hombre de Piltdown.
El cráneo tenía una capacidad de 1.400 cm³, es decir, bastante grande, lo que en términos evolutivos quería decir que era bastante reciente. Pero la mandíbula parecía bastante simiesca, más arcaica.
Dawson, intrigado, decidió entregar las piezas al paleontólogo Smith Woodward, que también había visitado la cantera con él. Incapaz de establecer si se trataba de restos humanos o anteriores, procedió a "restaurar" la pieza. Unió la mandíbula y el cráneo y entonces todos los científicos que habían intervenido en el proceso lo vieron claro: no era ni un humano ni un mono, era el eslabón perdido. Quizá sería más correcto decir que "podía ser el eslabón perdido" pero es que este lo iba a ser. Tenía que serlo.



En 1912 se presentó al bicho en sociedad, concretamente ante la Sociedad Geológica de Londres. Y el bicho tenía nombre, pues al unir cráneo y mandíbula había nacido el Hombre de Piltdown.
En esa presentación, el Hombre de Piltdown fue datado en nada más y nada menos que medio millón de años. La comunidad científica y la sociedad británica en general lo acogieron entre vítores y aplausos. El eslabón perdido había sido hallado, y no en cualquier sitio, sino en Inglaterra, cabeza de la civilización occidental.
Recreación hecha en 1913. INVENT.
Aquello no era solo una buena noticia para la comunidad científica británica, sino para el conjunto de la comunidad científica europea. A fin de cuentas quedaba demostrado que la bisagra entre el simio y el ser humano no era china ni no-tenemos-siquiera-idea-de-cómo-se-llama-la-gente-de-Java, sino europea. El primer humano no podía ser negro o chino, tenía que ser occidental.
Así que, aunque hubo algunas voces discordantes, sobre todo francesas (pero vaya usted a fiarse de lo que diga un francés), el descubrimiento fue aceptado y asumido. Y así fue durante casi cuatro décadas.
En 1949 apareció el primer aguafiestas: un tal Kenneth Oakley, geólogo y paleoantropólogo, que, después de estudiar en detalle las piezas y aplicarles el método de datación por fluorina, determinó que tenía una antigüedad de, con suerte, 50.000 años. Pero es que poco tiempo después surgió otro bocachancla: Joseph Weiner, un biólogo que pidió a los descubridores que señalasen el lugar exacto del hallazgo para poder hacer un estudio en profundidad. "Sí... bueno... por aquí más o menos... quizá un poco más a la derecha...". ¿Qué respuesta iban a dar si lo habían encontrado en una maldita escombrera?
Los científicos de todo el mundo empezaron a olerse la tostada, y ya en plena década de los cincuenta el propio Weiner, con la ayuda del primatólogo Wilfrid Le Gros Clark, volvió al ataque para terminar de desmontar el chiringuito de Dawson y compañía. Propusieron que, como todos veíamos venir, la mandíbula y el cráneo eran de cuerpos distintos y de épocas distintas. Ante la insinuación, ambas piezas fueron sometidas a un análisis por Carbono 14 y... ¡sorpresa! El cráneo era de un ser humano medieval y la mandíbula pertenecía a un orangután y tenía una antigüedad mucho mayor.
Además, en el proceso, alguien había modificado los restos desgastándolos y oscureciéndolos para hacerlos más antiguos y parecidos entre sí...
El fraude del Hombre de Piltdown había sido demostrado con ciencia. El eslabón perdido no era británico, pero durante unos cuarenta años todo el mundo lo había creído más movido por prejuicios que por evidencias científicas. Los británicos vieron herido su orgullo, pues no habían podido marcarse ese Brexit evolutivo, pero también los europeos, que debían aceptar que quizá, por una vez, no eran el centro.

Por cierto, es muy significativo que la Wikipedia en javanés tenga muy pocos artículos en comparación a la Wikipedia en otros idiomas y que, sin embargo, Charles Dawson sea precisamente una de las pocas entradas que recoge. Por supuesto, para señalarlo como estafador. Porque todos los pueblos tienen su orgullo, y Java no iba a ser menos.


  • Benito, D. (2017). Historias de la Prehistoria. La Esfera de los Libros.
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Esta historia no está incluida en nuestro nuevo libro, El pene perdido de Napoleón... y otras 333 preguntas de la Historia, pero hay otras 333 que seguro que te resultarán muy interesantes.



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