¡Se venden dientes de la batalla de Waterloo!

El día 18 de junio de 1815 tuvo lugar la batalla de Waterloo, una derrota francesa que supuso el fin del Imperio napoleónico e inició un lucrativo negocio: la compra-venta de dientes.



Hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX la odontología era aún una ciencia en vías de desarrollo. De hecho no existían odontólogos como tal, sino que la cencia de los dientes la practicaban desde peluqueros a joyeros, pasando por herreros. Todo el mundo se creía con capacidad para arreglar las dentaduras de sus vecinos, siempre que esto reportase un beneficio económico interesante.



Pero es que lo lucrativo de la odontología no es algo moderno. Ya por entonces se obtenían pingües beneficios sustituyendo los dientes enfermos de aristócratas y nobles por otros más sanos. Estos sustitutos se fabricaban modelando marfil, o bien se obtenían de donantes (a menudo de clases sociales más bajas), pero en cualquier caso, la nueva pieza salía realmente cara, aunque su precio no solía garantizar su duración, que venía a ser bastante corta.
Museo de la Asociación Dental Británica
Fue entonces cuando comenzó a generarse un negocio muy lucrativo, la compra y venta de piezas dentales. Muchos pobres encontraron en esto una forma de saldar algunas deudas o sobrevivir un mes más, e incluso se llegó a profanar tumbas para obtener dientes. Pero se toparon con la triste realidad: no había muchas tumbas disponibles, el estado de los dientes de la mayoría de pobres no interesaba, y los que interesaban no podían donar demasiadas veces.
Por aquellas fechas tuvo lugar una de las batallas más grandes de la historia contemporánea europea: la batalla de Waterloo, cerca de la localidad que le da nombre en Bélgica. En ella las tropas francesas fueron vencidas por la séptima coalición, integrada por los ejércitos de Reino Unido, Países Bajos, Prusia, Hannover, Nassau y Brunswick.
A la mañana siguiente, el campo de batalla estaba cubierto por más de 50.000 cadáveres. Y donde la mayoría vieron un terrible escenario, fruto de la mayor de las sinrazones humanas, otros vieron un enorme negocio: «¡Y lo llaman mina, una mina!», que gritaría Gimli en El Señor de los Anillos.



Efectivamente, aquello era una oportunidad única para los comerciantes de dientes: miles de dientes concentrados en un mismo espacio, y además la mayoría en bocas de jóvenes en buena forma física que no habían muerto de enfermedad, sino a causa de explosiones, balazos o golpes de sable.
En los días siguientes, habitantes de las poblaciones de alrededor registraron concienzudamente los cadáveres y el campo de batalla en busca de riquezas. Esto no era algo extraño, venía ocurriendo desde la Antigüedad, pero ahora más que nunca los carroñeros acudían con tenazas, martillos y cinceles para extraer los dientes de los cadáveres.
Y no solo los vecinos, hasta allí se trasladaron grupos organizados de franceses, belgas y hasta ingleses en busca de las preciadas piezas. Algunos de estos grupos recibían el nombre de «resurreccionistas», y manejaban volúmenes de mercancías increíbles. De hecho, se conoce que célebres médicos ingleses y estadounidenses llegaron a ser cabecillas de algunos de estos grupos. Así, por ejemplo, el dentista Levi Spear Parmly (inventor, por cierto, del hilo dental) llegó a poseer hasta 19.000 piezas dentales procedentes de campos de batalla de todo el mundo.
Museo de la Asociación Dental Británica
El caso es que los dientes de Waterloo serían muy demandados por su calidad por dentistas de toda Europa y Norteamérica, pero muy especialmente en el Reino Unido, donde "Waterloo teeth" fue la denominación que se dio a dentaduras postizas elaboradas con dientes humanos sanos independientemente de que viniesen de Waterloo o de otro lugar. De hecho, se sabe que hasta el duque de Wellington, el archienemigo de Napoleón, llevó una de estas «dentaduras Waterloo», aunque en su caso se desconoce de dónde procedían las piezas.
No obstante, la ciencia odontológica fue progresando, y con su avance fue decayendo el negocio de los dientes robados. En la segunda mitad del siglo XIX desapareció esta práctica, y en su lugar se perfeccionaron las prótesis dentales.
  • Botello, David; Gallardo, Lorenzo y Molina, Francisco (2017): Los vikingos no tenían cuernos. Y otros cotilleos, anécdotas y despropósitos de los mejores momentos de la historia. Ed. Oberon.
  • Gargantilla, Pedro (2016): Enfermedades que cambiaron la historia, ed. La Esfera de los Libros.
  • Ugidos, Gonzalo (2015): “Los dientes (deseados) de Waterloo”, en El Mundo.
  • Museo de la Asociación Dental Británica https://bda.org/museum/
  • Kerley, Paul (2015): “Los médicos que implantaban a los ricos los dientes de los muertos en Waterloo”, en BBC.
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