¿Qué hacemos con la Torre Eiffel? ¡Una atracción de feria!


En 2012 algunos periódicos afirmaban que la Torre Eiffel supone casi una quinta parte del Producto Interior Bruto de Francia al ser el monumento de más valor en Europa (544.000 millones de dólares). Aunque esto pueda ser una exageración, a día de hoy nadie duda que se trata del símbolo más reconocible de Francia. De hecho, en el año 2016, a causa del terrorismo islámico, la torre registró los peores datos de afluencia (algo menos de 7 millones de turistas), y aún así estaban muy por encima de los registrados por los siguientes monumentos en el ranking: el Coliseo, la Sagrada Familia, etc. Hoy es difícil imaginar París sin su silueta.
Sin embargo, la Torre Eiffel no gozó siempre de tan buena fama, y los parisinos la rechazaron cuando apenas levantaba medio metro del suelo. De “inútil y monstruosa” la tachaba un manifiesto firmado por unos 300 intelectuales franceses entre los que encontramos a personalidades de la talla de Alejandro Dumas o Guy de Maupassant. De hecho, sobre Maupassant se suele contar que desayunaba cada día en la torre porque era el único lugar de la ciudad desde donde no podía verla.
De sobra conocido es que la obra fue construida con ocasión de la Exposición Universal de 1889, pero no tanto que el plan era demolerla unos años después. Pese a la oposición de muchos de estos intelectuales, la torre demostró ser especialmente útil para según qué cosas, lo que le garantizó la superviviencia, y a lo largo de su historia ha tenido muchos usos distintos. Ya hemos contado en otras ocasiones que durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial se empleó para instalar antenas militares, pero también antenas y repetidores civiles, de hecho hoy se cuentan un total de 120 antenas de radio y televisión, y una estación metereológica. Incluso recientemente Curistoria se hizo eco de su uso como cartel publicitario de Citröen durante la década de los 20. Pero también hemos contado que fue empleada como plataforma de saltos letales como el de Franz Reichelt, e incluso que un estafador como Víctor Lustig logró venderla de forma fraudulenta hasta en dos ocasiones.
El cartel de Citröen era visible a 30 kms de distancia, y sirvió de faro al Espíritu de San Luis
Sin embargo, aún no hemos hablado de uno de los usos más absurdos que se intentó dar a esta obra: una atracción de feria. En 1890, en pleno debate de qué hacer con la torre al término de la Exposición Universal, alguien tuvo la feliz ocurrencia de emplear la altura de la primera plataforma de la torre como punto de partida de una divertida atracción de feria que hoy encontramos en muchos parques de atracciones: la lanzadera.
El autor del proyecto fue M. Carron, y su idea era la construcción de una gran cabina en forma de bala que caería en perpendicular hasta los pies de la torre durante 300 metros y alcanzando los 200 Km/hora. La idea era buena, pero existía un pequeño problema: lograr que los tripulantes sobreviviesen al impacto. Pero Carron lo tenía todo previsto, y para ello ideó la construcción de una piscina de 70 metros de profundidad en forma de copa.
De acuerdo con el proyecto, a cambio de tan solo 20 francos, los valientes podrían experimentar la caída libre a la mayor velocidad probada hasta entonces. Por favor, si hay en la sala algún ingeniero, físico o cualquier especialista competente en la materia, que nos confirme nuestras sospechas, pero creemos que lo que una persona podría experimentar a cambio de esos 20 francos era una muerte horrible y muy dolorosa. Por suerte, el proyecto nunca llegó a llevarse a la práctica, o al menos no en la Torre Eiffel, que sepamos. El único que probó una caída libre con similares resultados a los de nuestra previsión fue el loquillo de Franz Reichelt.

Aquí, esperando a impactar.


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