Muertes absurdas 11: Aleksandr Skriabin y el grano asesino

Hacía ya tiempo que no os contábamos una de nuestras muertes absurdas, así que había que ponerle remedio por todo lo alto: hoy os presentamos un caso que guarda relación con un gesto tan cotidiano, que algunos os asustaréis al descubrirlo.
Aleksandr Skriabin fue un compositor y pianista de los más reconocidos de finales del siglo XIX y principios del XX en Rusia. Habrá quien piense que la pasión por la música se la inculcó su madre, que fue una famosa pianista, pero la vida de este hombre estuvo marcada por la tragedia desde su más tierna infancia, y su madre murió de tuberculosis cuando él solo contaba un añito de edad. En realidad la vena musical le vino por parte de la hermana de su padre, que no pasaba de ser una aficionada, pero que le supo transmitir lo fundamental para que el joven se convirtiese en un niño prodigio de la música. Mucho se habla de compositores como Mozart y sus habilidades ya desde la infancia, pero Skriabin (Sasha para los amigos por entonces) no se quedaba atrás: con solo cinco añitos era capaz de tocar de oído y de hacer improvisaciones, e incluso en aquellos primeros años llegó a fabricar sus propios pianos. De hecho, su afición llegó a tal punto que trató de formar una orquesta con el resto de niños del barrio, pero posiblemente no contó con que ellos no tuvieran su talento, y la experiencia hubo de ser abortada.
Ya en la adolescencia comenzó su formación específica como músico profesional, llegando a recibir clases del mismo maestro que otros famosos pianistas como Rajmáninov. Pero la tragedia le perseguía, como decíamos, y tenía las manos tan pequeñas que determinados ejercicios de piano se le hacían especialmente costosos, hasta el punto de que se produjo una grave lesión que, según el médico, le impediría volver a tocar en la vida. Pero no fue así, pudo recuperarse y volvió a tocar y logró terminar sus estudios con una mención, aunque nunca aprobó la asignatura de composición, al parecer porque el profesor le tenía manía.
A pesar de eso, logró una carrera de éxito y prestigio internacional, haciendo conciertos en distintos lugares de Europa. Incluso llegó a ser profesor en el conservatorio de Moscú. También en lo personal le fue bien, pues se casó con la pianista Isakovich y tuvo con ella cuatro hijos.
Pero la tragedia estaba de nuevo ahí, esperándole: se enamoró de una alumna y abandonó a su esposa por ella. Por entonces apareció también su sinestesia (asimilación o confusión de sentidos), que le llevó a ser capaz de escuchar los colores, y basó toda su composición en esta cualidad. Este fue solo el principio de su ida de olla: comenzó a relacionar la música con la filosofía y la ciencia y acabó metido en movidas seudocientíficas y religiosas, llegando a creerse una especie de nuevo Jesucristo. De hecho en una ocasión fue rescatado en un lago suizo al tratar de caminar sobre el agua. Pero no solo creía ser COMO Jesucristo, sino que declaró ser superior a él (tiempo después los Beatles dirían algo parecido y tampoco se armaría tanto revuelo…).
Ya está, pensarás, se mató tratando de hacer algún tipo de milagro o algo así. Pues no, vamos poco a poco: En medio de esta vorágine de locura, Skriabin trató de componer la mayor de todas sus obras, Mysterium, un espectáculo que no era solo musical, sino que incluía efectos de luz, arquitectura, olores, efectos de niebla y demás innovaciones técnicas. Mysterium tenía además la escasa ambición de ser interpretada en el Himalaya durante una semana y, tras ella, se produciría el colapso de la civilización y se daría paso a un nuevo orden mundial, más justo y con mejores personas. Ahí es nada.
Pero no pudo ser. Jamás averiguaremos si su plan tendría los efectos deseados, porque solo pudo escribir unas líneas…
Durante un viaje a Londres, Skriabin se explotó un grano que le había salido sobre el labio superior, pero debía haber encargado la misión a un profesional, pues él sabía mucho de música, pero de granos poco, y se hizo un estropicio. Buen pianista, mal artificiero.
El pus, lleno como estaba de estafilococos, pasó al torrente sanguíneo y lo envenenó, lo que los médicos llaman una sepsis.
Y así, amigos nuestros, fue cómo la vida de uno de los compositores más admirados por los pianistas del siglo XX tocó a su fin. Dieron igual todas sus hazañas, todos sus triunfos y desgracias, dieron igual sus locuras y sus ideas seudocientíficas y religiosas. Un grano, un simple grano, acabó con la vida del gran hombre que se creía mejor que Jesucristo.
Aquí os dejamos algunas de sus obras. Por favor, escuchadlas solemnemente mientras visualizáis ese grano asesino.



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