«Del caserío vikingo, me fío»: vacas y queso vikingo en Al-Andalus
Los amantes de Astérix y Obélix seguro que recordarán aquel episodio que narraba la llegada de los normandos a las costas galas, un pequeño gran desfase cronológico de René Goscinny y Albert Uderzo, pero los queremos tanto que se lo vamos a permitir. Estos vikingos decidieron ir al sur y desembarcar en la Armórica francesa con el único fin de buscar algo o alguien que les ayudara a conocer lo que es el miedo, pues era un sentimiento que desconocían y que les hacía sentir muy infelices, y vaya si lo conocieron de mano de nuestros amigos galos. La siguiente historia que os presentamos también trata sobre unos cuantos vikingos que decidieron navegar al sur, mucho más al sur que esos compatriotas ficticios, hasta que encontraron la horma de su zapato.
Nos remontamos al año 844 cuando una auténtica escuadra vikinga partió de las costas de la Bretaña francesa, decidiendo dejarse llevar por los vientos y así realizar una serie de expediciones por nuestra Península Ibérica. Primero, siguiendo la caprichosa lógica geográfica, comenzaron dando castigo por el norte peninsular logrando sacar de sus casillas al rey Ramiro I de Galicia, que los recibió con la espada en la mano. Fue una respuesta del todo imprevista para estos invasores vikingos que no se esperaban esta cálida bienvenida, ya que normalmente eran ellos los que provocaban este tipo de sorpresas desagradables relacionadas con saqueos a sangre y fuego. Los peninsulares les dieron para el pelo en batalla campal y les obligaron a arriar las velas y dar el follón en otras tierras distintas a las suyas.
Cabezones como ellos solos, los vikingos se negaron a emprender la retirada hacia el norte con la cara cruzada y con más bajas que botín, así que decidieron seguir navegando hacia el sur, ocurriéndoseles la idea de dejarse caer por Lisboa. Tampoco tuvieron suerte aquí, ya que la ciudad estaba provista de murallas y de una buena organización dispuesta por Wahballah-ibn-Hazm, su gobernador, por lo que nuestros vikingos, lejos de querer perder tiempo forzando un asedio, decidieron dejarla como estaba y partir otra vez al sur, antes de que el otoño se les echara encima con sus peligrosas e impredecibles tormentas.
Abderramán II en las calles de Murcia |
Los vikingos que pudieron escapar, ahora sí, tomaron rumbo al norte con todo el botín que pudieron cargar. Pero otros no tuvieron tanta suerte: algunos fueron ejecutados, ahorcados en las palmeras de la misma llanura de Tablada, o decapitados, siendo sus cabezas enviadas al otro lado del Estrecho de Gibraltar, a los a los Cinadhjies de Tánger como clara muestra de aviso y advertencia para cualquier pretensión que éstos pudieran albergar contra al-Ándalus. A otros, en cambio, les dieron a elegir: convertirse al islam o morir. Los que eligieron a Mahoma como profeta se asentaron en la región y se dedicaron a la cría de rebaños y a la elaboración de quesos, llegando estos a alcanzar gran reconocimiento en la zona durante varias generaciones.
Así que quién sabe, probablemente algunos de nuestros amigos sevillanos desciendan de esta curiosa comunidad de vikingos islamizados elaboradores de ricos quesos. Lo que sí parece obvio es que esta vez el miedo sí que lo conocieron estos hombres del Norte, ya que fueron duramente reprendidos tanto por los musulmanes del sur como por los cristianos del norte, aunque, catorce años después, algunos de ellos regresaron a la Península Ibérica para seguir su estela de destrucción y saqueo, en lo que sería la segunda oleada de ataques vikingos.
- De Valdeavellano, Luis G., Historia de España. De los orígenes a la baja Edad Media, Madrid, 1980.
- Dozy, R. P. A. (1820-1883), Los vikingos en España, Madrid, 1987.
- Ferreiro Alemparte, J., Arribadas de normandos y cruzados a las costas de la Península Ibérica, Madrid, 1999
- Hall, R., El mundo de los Vikingos, Madrid, 2008.
- Lirola Delgado, J., El poder naval de al-Ándalus, Granada, 1993.
- Morales Romero, E., Historia de los vikingos en España, Madrid, 2006.
- WAA, Los vikingos en la Península Ibérica, Madrid, 2004.
Me ha encantado, qué buenos sois.
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