Basilio II: el emperador bizantino traumatizado

Basilio II
Basilio II, conocido para la posterioridad como Bulgaroktonos o “Mata búlgaros” para los amigos, es recordado como uno de los mejores emperadores del Imperio Romano de Oriente. Él solito, junto con un puñado muy selecto de allegados, consiguió llevar el Imperio a límites jamás igualados o superados, convirtiendo Constantinopla en toda una capital de referencia a nivel mundial. Por si fuera poco, fue además uno de los emperadores más longevos, llegando a vivir más de 70 años. Toda una proeza para tratarse de un emperador bizantino si tenemos en cuenta el historial de asesinatos y usurpaciones que le precedían. Así que, después de todo, algo bueno haría, ¿no?
En todos esos años de gobierno, se le reconocen a Basilio II muchas proezas, como sus famosas reformas agrarias en pro de contraatacar el creciente feudalismo que se extendía desde los temas de Anatolia, o como ser capaz de subyugar rebeliones internas que pretendían su derrocamiento. Aunque sin duda alguna fue su gesta contra los búlgaros la que le concedió su reconocimiento imperecedero y, por supuesto, un lugar hegemónico e insuperable en El libro Guinness de los récords grotescos: tras derrotar decisivamente a todo un ejército de belicosos búlgaros, consiguió aunar la friolera cantidad de 15.000 cautivos, a los cuales sin ninguna piedad dejó ciegos a excepción de 150. A estos privilegiados se les permitió conservar un ojo con el cual poder guiar a los demás de vuelta a sus montañosos hogares. Dicen que a su rey Samuel le dio un auténtico patatús tras contemplar el estado en el que regresaba su ejército, consiguiendo así Basilio II lo que muchos predecesores suyos no lograron: anexionar Bulgaria y acallar a sus habitantes durante varios siglos.
Sin embargo, si analizamos su vida privada, algo malo tuvo que vivir Basilio II con el sexo opuesto ya que nunca jamás se casó ni engendró ningún heredero, femenino o masculino, que lo sucediera, de modo que cuando murió la potestad imperial pasó a su hermano Constantino VIII, que estuvo toda la vida en un segundo plano por voluntad expresa de su hermano. Para bien o para mal, Basilio II confiaba en poca gente, pero menos aún en las mujeres. Es posible que la base de esta ginefobia o miedo a las féminas naciera en el núcleo básico familiar, en concreto de su propia madre Teófano Anastaso (sí, es el nombre de una mujer).
Teófano Anastaso
Teófano era una mujer de origen humilde, pero de extraordinaria belleza y ambición, una auténtica Cersei Lannister, si se nos permite la comparación. Se le atribuyen varios regicidios si tomamos por verdad todas las acusaciones que la envuelven; para empezar, se le atribuye la muerte de su suegro, Constantino VII Porfirogeneta. Se dice que primero engatusó a su heredero, el futuro Romano II, al que llenó la cabeza con toda suerte de pájaros y al que le dio una pócima venenosa para que aniquilara a su propio padre y así la sucesión se diera un poco de brío, convirtiéndose así en emperador y emperatriz respectivamente. La segunda muerte que se le atribuye es, como no podía ser de otra manera, la del propio Romano II, que duró tan solo cuatro años antes de aparecer muerto en sus dependencias privadas. En este caso, su sospecha radica en que no tardó en desposarse Teófano con Nicéforo Focas, militar que dio un golpe de estado tras producirse la muerte del emperador, asumiendo la potestad imperial durante la minoría de edad de Basilio II y Constantino VIII, los hijos de Téofano y el difunto Romano II. Seis años después, el prestigioso Nicéforo Focas moriría también asesinado por orden de su propio sobrino, Juan Tzimiscés, que posteriormente usurpó el trono imperial al igual que hizo su tío tras aceptar las intrigas de Teófano, que estaba deseosa de librarse de su segundo marido, ya viejo y con manías austeras que nada le gustaban. Sin embargo, poco iba a disfrutar Teófano de esta nueva victoria, pues el ahora emperador Juan Tzimiscés se arrepiente del crimen y por consejo del patriarca de Constantinopla envía al exilio a Teófano, para nunca jamás verla. Siete años después la Muerte reclamaría la vida de Juan Tzimiscés, tras contraer una virulenta fiebre tifoidea mientras se encontraba en las inmediaciones de Jerusalén durante unas campañas militares, aunque las malas lenguas no tardaron en volver a situar a Teófano como responsable de un nuevo envenenamiento, siendo por fin sucedido por Basilio II que ya contaba con la edad necesaria para gobernar por sí mismo. 
Imagen que recrea el envenenamiento de Constantino VII y que señala a Teófano como responsable.
La suerte que tuvo el Imperio es que estos usurpadores eran auténticos militares de calidad que supieron aprovechar su tiempo en el trono para conducir al Imperio a una época de prosperidad y estabilidad, que sirvió de antesala al gran gobierno de Basilio II que estaba a punto de comenzar.
Así las cosas, con este historial maternal parece comprensible que Basilio desarrollara algún tipo de trauma infantil o fobia al sexo opuesto al ser testigo directo de las idas y venidas de su madre con diferentes emperadores que iban muriendo sucesivamente al poco de llegar al trono. Por eso no quiso ni mostró jamás interés alguno en contraer matrimonio, quizás para no tentar a la suerte y correr semejante destino, siendo además una decisión que mantuvo el resto de su vida. 
Aun así, el historiador bizantino Miguel Pselo, a través del panegírico que nos dejó sobre Basilio II, nos dice que en su adolescencia se caracterizó (al igual que su hermano Constantino VIII, salvo que éste así se mantuvo durante toda su vida) por un estilo de vida relajado y entregado a los placeres de la vida, pero que todo lo cambió una vez se ciñó la púrpura imperial, entregando su vida a su deber para con el Imperio. Es decir, que de joven Basilio II se lo pasó en grande, no privándose de nada y conociendo mujeres como el que más, pero cuando llegó la hora de trabajar se lo tomó muy en serio y, si no, que lo pregunten al pobre Samuel, rey de Bulgaria.
Ya sabemos los riesgos que entraña confraternizar con los chismorreos que circulan siempre en torno a la figura de grandes personajes, y más si estos acaban muriendo de forma extraña y repentina y hay alguna mujer de por medio. Quizá la Historia ha sido demasiado dura a la hora de tratar con Teófano, al igual que lo ha sido con otras tantas mujeres, aprestándose demasiado a ese tipo de rumores malintencionados, provocando así el triunfo de muchas mentiras que injustamente se han difundido sobre ellas. Pero, quién sabe. Ante estos casos siempre conviene recordar que las mejores mentiras son aquellas aderezadas con un poco de verdad.

  • Miguel Pselo, Vida de los emperadores de Bizancio, Madrid, 2005.
  • Asimov, I., Constantinopla, Madrid, 2011.
  • Cabrera, E., Historia de Bizancio, Barcelona, 2012.


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