Por favor, no politicemos la política
No hay peor idiota que el que se cree la polla en bicicleta.
Perdón por la expresión, pero es así. Ha quedado un poco chabacano, pero es que somos de Murcia, ¿vale?
Los que se llevan la palma en el asunto son los políticos de este país, que sí que representan a alguien como nadie: a esos cuñaos enteraos de barra de bar. Lo mismo te hablan de calentamiento global porque tienen un primo científico, que prodigan las bondades de los yogures caducados, vaya. Pero aquí no se libra nadie. La historia se lleva coces como el que más. Algunos nos dicen que España tiene 3.000 años o burradas del estilo, y hoy mismo, con el asunto de las banderas en el partido de la Copa del Rey, salen por la tele algunos caretos para decirnos que "no politicemos el deporte". Nosotros somos historiadores, no sociólogos ni politólogos, pero los historiadores trabajamos, entre otras cosas, con sociedades y política, así que un poco sabemos del asunto (aunque si queremos profundizar acudimos a nuestros compañeros de Cámara Cívica).
Ahora bien, ya está bien de tocar las narices con no politizar cosas. Señores, el ser humano es zoon politikón (animal político), que dijo Aristóteles, y por tanto cultura, ocio, deporte, sociedad, política, y siga usted enumerando, serán... exacto, política. Querer acotar la política a un espacio pequeño en el que se amontonan 350 señores y señoras es infantil en el mejor de los casos e insultante (e inquietante) en el peor. El primero sería si suponemos que lo hacen con buenas intenciones, el segundo si lo hicieran con la intención de secuestrar el escenario y la acción política (hete aquí el asunto).
Pero a lo que vamos: no politizar el deporte. LET'S HISTORY, que es lo que sabemos hacer. Hemos pedido algo de ayuda en las redes sociales, que nuestra cabeza da para lo que da, y aquí traemos LA REALIDAD, no lo que nos dicen los políticos.
Los disturbios de Niká: corría el año 532, nuestro escenario es Constantinopla, el Imperio Bizantino, y los actores son los aficionados a un deporte: las carrera de cuádrigas, que eran el fútbol de la época. El emperador Justiniano tenía que afrontar un problema: la importante tensión social que había dentro de su imperio. La división social la marcaban Verdes y Azules, que os prometemos que dejaban en mantillas a la rivalidad Madrid-Barça. Las fuentes de la época (Procopio) alegan que la división social no respetaba amistades ni familias. El imperio bizantino tenía problemas políticos y religiosos (últimamente habréis visto en nuestras redes muchas viñetas y gifs al respecto), y eran de profundo calado. Pues bien, las carreras canalizaron todos estos problemas (monofisismo vs. cristianismo oficial; clases populares vs. aristocracia; altos impuestos para pagar paces con los persas...). En el hipódromo comenzó una revuelta que acabaría arrinconando al propio emperador, que mandó al ejército a "negociar" con los rebeldes, que llegaron a nombrar un nuevo emperador. Belisario y Narsés rodearon a los manifestantes y, según se dice, acabaron con 30.000 vidas.
Mussolini no dudaba a la hora de descamisarse y fotografiarse trabajando en el campo. Era la "batalla del trigo". |
Mussolini: el italiano no solo fue el hombre al que Hitler copió e idolatró (al principio), sino que no tenía un pelo de tonto (chistaco malo). Sus poses y su exagerada parodia eran una calculada pantomima, sus así llamadas "batallas", una forma de plantear delicados asuntos al pueblo. Si hacía falta grano para comer, lo convertía en un asunto épico, de un pueblo guerrero como el romano italiano. De ahí sus "batallas del trigo", por ejemplo, que convertía en concursos nacionales y que no buscaban otra cosa que mejorar los números de una producción deficiente.
Pues bien, llegó el segundo Mundial de Fútbol, y Mussolini había tomado buena nota del seguimiento del primero... y de las consecuencias socio-políticas. Gracias a estas competiciones el fascismo podría mostrar al tipo de italiano que "había creado", muy diferente del típico emigrante a EE. UU., además de la superioridad de su nación.
Pues bien, llegó el segundo Mundial de Fútbol, y Mussolini había tomado buena nota del seguimiento del primero... y de las consecuencias socio-políticas. Gracias a estas competiciones el fascismo podría mostrar al tipo de italiano que "había creado", muy diferente del típico emigrante a EE. UU., además de la superioridad de su nación.
Mussolini montó el Mundial de 1934 en Italia y buscó la victoria de todas las maneras posibles: convirtió en italianos a varios jugadores argentinos y brasileños (hasta 5) y, digámoslo así, los errores arbitrales les favorecieron un poquito. El Duce, como se conocía a Mussolini, amenazó a sus jugadores, tal y como declaraba Monti, uno de ellos:
«En 1930, en Uruguay, me querían matar si ganaba, y en Italia, cuatro años más tarde, si perdía».
A todo esto nos hemos olvidado del boicot de los países americanos al Mundial '34, que se repitió (excepto por Brasil y Cuba) en el '38 tras otorgarse la sede a Francia y saltarse el acuerdo de alternar la sede entre ambos continentes. Italia volvió a ganar sus partidos (con camisetas negras enfundadas, símbolo del fascismo italiano), espoleada por mensajitos tan majetes como el telegrama que recibió el seleccionador italiano: «Vencer o morir». Poco sutil.
Nota: para este apartado hemos consultado a Alberto García, nuestro experto en asuntos fascistas.
Nota: para este apartado hemos consultado a Alberto García, nuestro experto en asuntos fascistas.
Curiosamente Riefenstahl no se llevaría muy bien con el que usualmente se señala como genio de la propaganda nazi: J. Goebbels. |
Hitler: el dirigente nazi aprovechó las Olimpiadas de Berlín de 1936 como elemento propagandístico puro y duro. A los mandos del asunto colocó a su más genial cineasta, comprometida con la promoción del régimen: Leni Riefenstahl. La directora preparó "Olympia", el primer largometraje de unos Juegos Olímpicos, y parece que lo hizo condenadamente bien. Para que se entienda la envergadura del asunto traemos palabras muy bien escritas en wikipedia: en 1960, fue votada por cineastas como una de las diez mejores películas de todos los tiempos. The Daily Telegraph reconoció la película como "aún más técnicamente impresionante" que "El triunfo de la voluntad" (la más famosa obra de Riefenstahl, dedicada a ensalzar la figura de Adolf Hitler, convertido en un mesías). The Times describió la película como "visualmente deslumbrante." Cuidado que aquí empiezan elemento peliagudos a asomar, porque algunos críticos señalan que, pese a todo, el famoso Jesse Owens recibe en el documental el mismo tratamiento heroico que Hitler en "El triunfo de la voluntad". Más tarde, Riefenstahl se distanciaría progresivamente del régimen nazi.
La Guerra del Fútbol: En julio de 1969 El Salvador y Honduras entraron en guerra. La mecha fueron varios partidos entre sus selecciones. Luchaban por clasificarse para el Mundial de 1970, y de hecho sus aficionados combatieron ya el 8 de junio en el primer partido, que ganó Honduras 1-0. El segundo lo ganó El Salvador 3-0 y la violencia fue aún mayor. El tercer partido, decisivo, lo ganó también El Salvador, y ese mismo día el país disolvió todos sus lazos diplomáticos con Honduras. ¿Qué encerraba el conflicto? Más de 300.000 salvadoreños vivían en Honduras, donde eran aterrorizados y asesinados por grupos paramilitares. Habían emigrado por la falta de trabajo en El Salvador, donde las tierras eran controladas por grandes terratenientes. Honduras expropió tierras de campesinos salvadoreños para paliar sus propios problemas, y comenzaron las persecuciones de estos jornaleros. Todo esto sucedía mientras los medios de comunicación de ambos países alentaban al odio entre ambas poblaciones.
Ante la pasividad del gobierno hondureño ante la matanza de salvadoreños, El Salvador se decidió a actuar militarmente tras los sucesos deportivos. Consecuencias: alrededor de 5.000 civiles muertos y alrededor de 100.000 salvadoreños deportados a su país.
La Democracia Corinthiana: nuestro compas de Cámara Cívica nos han increpado por Twitter con una entrada de su página: Sócrates y la Democracia Corinthiana. La vamos a resumir malamente para que se entienda más o menos, pero ahí os hemos dejado el enlace.
Brasil estaba bajo control dictatorial militar, y el Sport Club Corinthians, uno de los grandes brasileños, se armó con unos cuantos jugadores fundamentales entre los que destacaba Sócrates (licenciado en medicina e interesado en cultura, arte, filosofía y política). El equipo viró hacia un modelo de autogestión asamblearia en el que todos los miembros (desde presidente a utilleros) del equipo tenían un voto, y así decidían presupuestos, fichajes, etc. Tras una sequía de 25 años, se alzaron en 1982 con el Campeonato Paulista.
Entonces dieron el salto de gracia: apoyaron a Lula da Silva en su candidatura a gobernador de Sao Paulo con mensajes en sus camisetas, desafiando a la dictadura. Cuando el senador Teófilo Varela impulsó un movimiento pidiendo elecciones para la presidencia de Brasil, los cuatro grandes jugadores del equipo marcharon en manifestaciones y pronunciaron discursos.
Entre otras cosas más, "en 1984 Sócrates declaró que abandonaría Brasil si el Parlamento no aprobaba la celebración de elecciones directas; y a pesar de que la mayoría de la Cámara votó a favor de la celebración de las mismas, no se alcanzaron los dos tercios necesarios para su aprobación. Sócrates cumplió su amenaza y abandonó el país rumbo a la Fiorentina, comenzando así el principio del fin de la democracia corinthiana. El astro brasileño, quien dijo que “el fútbol se da[ba] el lujo de permitir ganar al peor” y que por lo tanto no había “nada más marxista o gramsciano que el fútbol”."
En Cámara Cívica tenéis otra entrada sobre fútbol y política: Albania: De Kosovo y la diáspora a la Eurocopa 2016.
Glasgow: en esta ciudad escocesa se dan cita dos equipos míticos, el Celtic y el Rangers. Como no podía ser de otra manera, ya que estamos en Escocia, hay que hablar de independencia y, ojo, de religión. Mientras que la afición del Celtic siempre ha estado ligada a asuntos pro-independencia y católicos, en los Rangers suelen habitar aficionados protestantes unionistas. Nada menos.
Si bien hay muchos hinchas de muchos equipos que destacan por esta o aquella ideología, tampoco nos vamos a extender más en este asunto, y nos hemos quedado con una de las más políticas.
La Democracia Corinthiana: nuestro compas de Cámara Cívica nos han increpado por Twitter con una entrada de su página: Sócrates y la Democracia Corinthiana. La vamos a resumir malamente para que se entienda más o menos, pero ahí os hemos dejado el enlace.
Brasil estaba bajo control dictatorial militar, y el Sport Club Corinthians, uno de los grandes brasileños, se armó con unos cuantos jugadores fundamentales entre los que destacaba Sócrates (licenciado en medicina e interesado en cultura, arte, filosofía y política). El equipo viró hacia un modelo de autogestión asamblearia en el que todos los miembros (desde presidente a utilleros) del equipo tenían un voto, y así decidían presupuestos, fichajes, etc. Tras una sequía de 25 años, se alzaron en 1982 con el Campeonato Paulista.
Entonces dieron el salto de gracia: apoyaron a Lula da Silva en su candidatura a gobernador de Sao Paulo con mensajes en sus camisetas, desafiando a la dictadura. Cuando el senador Teófilo Varela impulsó un movimiento pidiendo elecciones para la presidencia de Brasil, los cuatro grandes jugadores del equipo marcharon en manifestaciones y pronunciaron discursos.
Entre otras cosas más, "en 1984 Sócrates declaró que abandonaría Brasil si el Parlamento no aprobaba la celebración de elecciones directas; y a pesar de que la mayoría de la Cámara votó a favor de la celebración de las mismas, no se alcanzaron los dos tercios necesarios para su aprobación. Sócrates cumplió su amenaza y abandonó el país rumbo a la Fiorentina, comenzando así el principio del fin de la democracia corinthiana. El astro brasileño, quien dijo que “el fútbol se da[ba] el lujo de permitir ganar al peor” y que por lo tanto no había “nada más marxista o gramsciano que el fútbol”."
En Cámara Cívica tenéis otra entrada sobre fútbol y política: Albania: De Kosovo y la diáspora a la Eurocopa 2016.
Glasgow: en esta ciudad escocesa se dan cita dos equipos míticos, el Celtic y el Rangers. Como no podía ser de otra manera, ya que estamos en Escocia, hay que hablar de independencia y, ojo, de religión. Mientras que la afición del Celtic siempre ha estado ligada a asuntos pro-independencia y católicos, en los Rangers suelen habitar aficionados protestantes unionistas. Nada menos.
Si bien hay muchos hinchas de muchos equipos que destacan por esta o aquella ideología, tampoco nos vamos a extender más en este asunto, y nos hemos quedado con una de las más políticas.
La Eurocopa y la Copa del Mundo: en El País nos cuentan que "Para millones de españoles, este gigantesco espectáculo se ha convertido en una válvula de escape frente a una realidad económica que a veces asusta. “El fútbol no da soluciones a los problemas, pero sí alegrías. Y por eso la sociedad se lo agradece de una forma muy generosa. Es un sector, un mundo, al que se le perdona todo”, reflexiona Alfredo Relaño, director del diario deportivo As."
Aunque hemos titulado el apartado con dos trofeos concretos por lo significativa que fue su llegada en unos años muy difíciles para España, el fútbol en España es en su totalidad esa válvula de escape social. Su utilidad a la hora de mitigar los incómodos pensamientos que azotan a gran parte de la población de este país está más que probada, y no venimos a inventar el fuego, sino a remarcarlo una vez más, por si se le ha olvidado a alguno. Tanto si es político como si tan solo es zoon politikón.
Que no nos engañen: ellos utilizan el deporte como arma política. No los creáis cuando os digan que es solo "algo para disfrutar".
REFERENCIAS:
- Ian Kershaw, Hitler, Península. Barcelona, 2010.
- Georges Ostrogorsky, Historia del Estado Bizantino, Akal, 1984.
- Álvaro Lozano, Mussolini y el fascismo italiano, Marcial Pons. Madrid, 2012.
- Miguel Ángel García Vega, "El fútbol, balón de oxígeno social", en El País.
- Ryszard Kapuscinski, La guerra del fútbol, Anagrama, 1992.
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