Elemental, querido Anopheles. Ciencia en acción en el S. XIX


Hoy quería hablaros del mayor asesino del mundo, y de los hombres que lo desenmascararon. En realidad me refiero al animal más peligroso que existe, y aunque os vengan a la mente tiburones o serpientes, la respuesta correcta es el mosquito, que se cepilla a unas 700.000 personas al año, transmitiendo enfermedades entre las que destaca la malaria.
Sí, malaria, esa cosa muy como del siglo XIX, junto con la tuberculosis y los poetas románticos que se suicidaban suspirando por sus amores no correspondidos (solo que las dos primeras son muy del siglo XXI). Pero la malaria se ha llevado por delante a más de una celebridad: que si papas, que si Carlos V, incluso posiblemente Alejandro Magno. Seguramente a decenas de millones de personas anónimas también, pero ya se sabe, eso vende un poquito menos…
Grassi en un momento de inspiración.
El meollo de la cuestión es que durante mucho tiempo no se tuvo muy claro cómo se transmitía la malaria. Los antiguos pensaron que las aguas estancadas podían ser la causa (y de ahí su nombre, mal aire en italiano), pero para finales del siglo XIX ya estaba bastante claro que no iban por ahí los tiros. Y aquí entran nuestros protagonistas, un grupo de italianos con Giovanni Battista Grassi a la cabeza, que en 1898 peleaban por combatir una enfermedad que se cebaba con la población de su joven país. Aunque ya se olían que el responsable era el mosquito, no sería sencillo demostrarlo.  Pensaron: ¿y si tomamos mosquitos de las especies sospechosas de transmitir la malaria, primero les dejamos picar a un enfermo de malaria y posteriormente a un pobre diablo voluntario sano? Si el voluntario se pone enfermo, ¡eureka, el mosquito es el culpable! Todo a pedir de boca, el voluntario con una malaria de caballo, los mosquitos Anopheles identificados como los transmisores de la enfermedad, y  Grassi celebrando por todo lo alto.
Pero siempre cabía la posibilidad de que los voluntarios estuviesen contrayendo la enfermedad por otros medios. Había que hacer la demostración de-fi-ni-ti-va. Que consistiría en conseguir transmitir la malaria en una zona habitualmente libre de la enfermedad mediante el envío desde Roma de mosquitos infectados, más específicamente a Londres, al laboratorio de Patrick Manson. Y Manson tenía al voluntario perfecto para realizar el experimento, más en concreto su hijo, Thurburn, que además en unas semanas se examinaba de los exámenes finales de medicina. Los sacrificios que hay que hacer por la ciencia, pensaría compungido el doctor mientras contemplaba cómo su hijo se dejaba picar por mosquitos infectados (con una variante de malaria que normalmente no llegaba a matar al enfermo, todo hay que decirlo).
Junior sirviendo la cena a los mosquitos italianos.
Por suerte conservamos la descripción de la experiencia hecha por el bueno de Junior: Tengo 23 años (…), he vivido en este país [Inglaterra] desde los 3 años, estoy sano(…). El primer envío de mosquitos llegó el 5 de julio. Estaban en malas condiciones (…), tal vez uno me picó (…). El segundo envío llegó el 29 de agosto, los mosquitos me picaron en los dedos y las manos continuamente (…). Hasta el 13 de septiembre me encontré perfectamente. Por la mañana me encontraba lánguido, a las 4:30 me fui a la cama con un gran dolor de cabeza, escalofríos, laxitud, dolores en la espalda y huesos, y fiebre. 15 de septiembre: fiebre, abundante sudor. Me dicen que deliré un poco (…). Se encontraron parásitos [los causantes de la malaria] en muestras de mi sangre, verificados por mi padre (…). El borde del bazo se podía palpar. Desde entonces cada 8 horas me dieron quinina [una medicina contra la malaria]. 18 de septiembre: Me levanté perfectamente, sin fiebre. 25 de septiembre: Buena salud. No hay síntomas de malaria.
Creemos que los lectores quedarán convencidos de que lo que tenía Junior, además de un progenitor digno del premio al Padre del año, era malaria. Por cierto, superó los exámenes y se convirtió en flamante médico, aunque murió dos años después de un disparo accidental.
Fue un descubrimiento importante: en pocos años se extendieron métodos de prevención tan simples como el uso de mosquiteras, consiguiendo una reducción espectacular de la malaria allí donde se aplicaban.
El culpable en plena faena.
A la vez, Grassi comenzaba a soñar con la gloria del Nobel. Pero en esto apareció una vez más la pérfida Albión (que diría Pérez-Reverte) para hacerle el habitual corte de mangas a los morenitos del sur de Europa. Lo cierto es que el Reino Unido estaba también muy interesado en combatir la malaria, en este caso no porque se diese en sus islas, sino más bien porque en sus colonias la enfermedad campaba a sus anchas y era un engorro a la hora de explotar a los nativos como Dios manda. Entre los británicos destacaba Ronald Ross, que unos meses después de Grassi y trabajando desde la India llegó a la conclusión de que los mosquitos transmitían la malaria.
Aquí entran en juego los egos de nuestros protagonistas, pasando de una inicial cordialidad a la calumnia por parte de Ross y la indignación de Grassi. En un episodio entre los más sórdidos en la historia de la investigación de la malaria, el comité del Nobel, que en esos años acostumbraba a dar los premios en solitario, buscó un árbitro imparcial que decidiese quién merecía la gloria del galardón. Lo que pasa es que eligieron al alemán Robert Koch, que además de ser uno de los más grandes microbiólogos de todos los tiempos (bien), se había peleado con Grassi unos años antes mientras el germano estudiaba la malaria en Italia (menos bien para ser árbitro imparcial). “Curiosamente”, Koch recomendó la elección de Ross, que recibió el Nobel de medicina de 1902.

Y esta es a grandes rasgos la historia del descubrimiento del mosquito como agente transmisor de la malaria, cuando la ciencia tenía unos métodos bastante más “directos” que en tiempos posteriores.

  • Experimental Proof of The Mosquito-Malaria Theory. Patrick Manson, British Medical Journal, pp. 949-951, 1900.
  • Grassi versus Ross: who solved the riddle of malaria? Ernesto Capanna, International Microbiology (2006) 9:69-74.
  • Experimenting with fi re: giving malaria. Willian Bynum, The Lancet, Vol 376, November 6, 2010.



En colaboración con Ad Absurdum:



Pablo Suárez Cortés, murcianico emigrado y aficionado de la historia, en sus ratos libres trabaja como biólogo en Berlín.


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