Almorranas: democratizadoras y destructoras de imperios

En el arte medieval el tema de la muerte como igualadora (omnia mors aequat) era un tópico habitual. No importaba que fueras rey, papa, campesino o tabernero, todo el mundo estaba sujeto a la guadaña de la Muerte, y así siguió siendo en las épocas siguientes. Pero había algo más que igualaba a ricos y pobres: las hemorroides.
Las hemorroides han sido un continuo en la historia de la Humanidad. Presentes en todos los ámbitos de la existencia, incluido el Arte (con mayúscula) y sus mayores exponentes. El gran Quevedo hizo algún que otro chiste recurriendo a las almorranas, aunque a otro nivel las elevó nuestro exponente universal, Miguel de Cervantes, en un poema a él atribuido:


Son, señor, las almorranas
de tan grande autoridad
que en el propio culiseo
tienen su asiento y lugar.


La almorrana, como decimos, igualaba a ricos y pobres, pues todos eran candidatos a sufrirla. De hecho, según algunos historiadores, esta dilatación pudo haber provocado la caída de grandes imperios y grandes héroes.


Por favor, Marge, todo el mundo sabe que sirve para rascarse los imperios.

El primer caso es un viejo amigo nuestro: Don Juan de Austria. Juan vivió en el momento más álgido del Imperio español y protagonizó algunas de sus más grandes gestas. Era hijo bastardo de Carlos I, y hermanastro por tanto de Felipe II, pero lo querían igual, y sobre él descargaron algunas de las responsabilidades más trascendentales: capitaneó las tropas que reprimieron la revuelta de las Alpujarras, con tan solo 26 años dirigió la flota cristiana en la batalla de Lepanto, y fue gobernador de los Países Bajos durante su desafío soberanista.
Tristemente, su increíble carrera acabó a la edad de Cristo. Con tan solo 33 años murió a causa de una almorrana mal pinchada. Efectivamente, el joven, aunque también sufría otras enfermedades y una profunda depresión, encontró la muerte cuando acudió a que le curasen una almorrana y, lejos de hacerlo, le hicieron un auténtico estropicio. Tocaba así a su fin la leyenda del gran héroe de Lepanto.

Con esa carica de colegio de pago...
Que por cierto, cuando murió, su cadáver se dividió en tres partes para trasladarlo a España sin que los enemigos se hicieran con el cuerpo y, aunque las tres partes llegaron a su país, por el camino el paso del tiempo fue dejando algunos fragmentos, como por ejemplo la punta de la nariz.
Pero como decimos, también las hemorroides pudieron ser la causa de la desaparición de grandes imperios, como por ejemplo el Imperio napoleónico.
En 1815, las tropas alemanas, holandesas y británicas se encontraron con las francesas en las proximidades de una localidad belga llamada Waterloo (de hecho la batalla tuvo lugar en Braine l’Alleud y Plancenoit, pero no en Waterloo). No lo sabían, pero el futuro de Europa y de Napoleón estaba a punto de decidirse allí mismo en una gran batalla que inmortalizaría ABBA.
Cuando las tropas llegaron al punto de encuentro, decidieron acampar y posponer el enfrentamiento al día siguiente. Pero la de Napoleón fue una noche toledana: asediado por los dolores de una crisis hemorroidal, apenas pudo pegar ojo. A la mañana siguiente, cuando empezaron los preparativos, el emperador no pudo montar en su caballo por los dolores que sufría.
Napoleón no pudo participar en la batalla, y muchos han visto en esto la causa de la derrota francesa a manos de la coalición. Cuando el ejército prusiano pilló por la retaguardia a los franceses y sus picas acariciaban ya las almorranas imperiales, Napoleón tuvo que tragarse sus dolores y su orgullo y huir a caballo del campo de batalla. Aquella fue la derrota definitiva del corso.


Hemoal. Lo mismo te cura una almorrana que una alianza británico-alemana.

Ahora bien, con todos nuestros respetos para los historiadores que defienden la tesis de la derrota napoleónica a manos de las hemorroides, esta es una explicación de mierda. Porque claro, en un campo de batalla embarrado por las lluvias del día anterior, con un ejército agotado rodeado por hasta siete ejércitos enemigos (cuatro alemanes, más el británico y el holandés), que el emperador no pudiera subirse al caballo era trascendental... claro.




Por último, queda el papel de las almorranas como autoras de himnos nacionales. Según una leyenda, el mítico himno británico God save the Queen (considerado de autor anónimo) es una composición basada en una obra de Händel, que a su vez se basó en la obra del compositor italiano Jean Baptiste Lully Grand Dieu sauve le Roi. Vamos, un plagio del tamaño del Imperio británico (y si no, compruébalo). Pues resulta que la original de Lully se compuso con ocasión de una operación de almorranas del rey Luis XIV. De forma que el solemne himno británico no surge solo con ocasión de unas hemorroides, sino también estrechamente vinculado a un rey de Francia, la tradicional archienemiga de Inglaterra y su imperio. Menuda vergüenza para los británicos...
Aunque la explicación de las almorranas como causa de la caída de grandes imperios o autoras de himnos nacionales es un tanto chabacana, al menos no cabe duda de que han sido un factor democratizador que ha igualado a emperadores y reyes absolutistas, héroes de guerra y granjeros. Si se han escrito historias del silencio o de la risa, ¿por qué no un gran ensayo con la almorrana como motor de la historia?




  • Mosquera de Figueroa, Cristóbal (2010): Paradojas. Paradoja en loor de la nariz muy grande. Paradoja en loor de de las bubas. Ed. Universidad de Salamanca.
  • Ad Absurdum (2017): Historia absurda de España. Ed. La Esfera de los Libros.
  • Gargantilla, Pedro (2016): Enfermedades que cambiaron la Historia. Ed. La Esfera de los Libros.
  • Cervera, César (2016): Austrias. El imperio de los chiflados. Ed. La Esfera de los Libros.
  • Sliwa, Krzysztof (2005): Vida de Miguel de Cervantes Saavedra. Ed. Reichenberger.


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